Los ríos -en invierno-

Me parece tan humano ese temor,
esa huella que en la piel nos deja intacta
una señal de estación cuando atardece
y unos fieles que regresan a sus casas
para nacer con el sol.

En el puerto de noche anclan las naves
donde fieles oscurecen los senderos,
un claro resplandor ahora separa
la paz inanimada de los sueños:
una sombra aparece de la nada,
se queda solitaria, allí existiendo.

Antes era ese mar quien nos habla
de un camino que llevaba más allá
de las puertas y ventanas del pueblo,
la ciudad que arrebata la mirada
para inventar el tiempo va extinguiendo
las cosas que uno ha visto caminar;
hoy sabemos también que el mundo habla
con el giro del sol amaneciendo.

Cuando el ojo dice formas que avasallan
el hombre se sumerge, sin ademán de palabras,
en el cuerpo que lo ha envuelto sin preludios
ni extensiones de secreto: el mismo hombre
repite varias veces, todas por la mañana,
el rito del silencio, el habla solitaria
a un más allá tangible que lo ha vuelto
el centro de sus miedos, la mirada,
el eje más incierto que lo asombra
y transforma en lo que calla, y va girando
hasta ceder al agua, ya secreto.

Así llega el pescado a la mañana,
la palabra a la mesa, el hombre habla
con el cansancio del cuerpo, la mañana
extensa sobre el río que es incierto
—como la vida misma cuando calla—
nos habla con su furia acostumbrada
el idioma del mar amaneciendo.

La ceniza hablará de otras mañanas
de cubrir con su sal el movimiento
de desplegar una sombra
sobre el rayo que es eterno,
el sonido de los puentes bajo el agua
y un andar por debajo hasta la muerte:
no habrá estacas para andar otra mañana.

La ciudad vacante enreda el miedo,
cómo borrar el mapa, establecerse
en medio de la nada; una escritura
sin tinta ni palabras, huella de agua,
la levedad y el rito que contienen
un círculo de sal en el silencio
y manchas en el alma.

Ya ninguna mañana que esperar
ni otro valle que habitar bajo las aguas.

La ceremonia errática del río
—rictus de tierra y penumbra—

un horizonte imposible & nuestras manos

sin tiempo para asirse
después de la mañana.

José Miguel Herbozo (Perú)

2 comentarios:

Blogger dijo...

Buen poema del ganador del Premio Nacional de Poesía PUCP 2007,José Miguel Herbozo.

Saludos a la distancia.

José Miguel Herbozo dijo...
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