Cavernícola

A mis pequeños hombres que ya no están

Pequeño hombre de las cavernas
poséeme
con tu piel de animal para el invierno
arrástrame hasta el arco de la cueva de tu madre
y dile que seremos felices juntos
luego mátala y guardemos su carne para los días duros
del 2006

Pequeño hombre de las cavernas
te abandonaré cuando seas viejo y tosas
con restos del desayuno en tu pañuelo
fingiremos felicidad ante el clic de la cámara
y nuestros recuerdos felices
no rebasarán los límites de un álbum

pequeño
muy pequeño
tan pequeño
hombre de otro hombre
en las cavernas

pintando animalitos
para trascender en las paredes
para que siglos más tarde
otros hombres
de otras cavernas sepan que estuviste ahí

eso es todo lo que buscamos, pequeño hombre de las cavernas
eso es todo
por eso tenemos hijos
escribimos quejas
nos desnudamos en las pistas para salir en la tv
eso es todo lo que buscamos
desde que las cavernas fueron hechas
por los malos aciertos de la madre naturaleza
que también tuvo un hombre que habitaba en las cavernas y olía a
fresco limón
después de copular sobre las alfombras verdes
del paraíso

eso es todo
era todo
será todo
y millones de siglos después
cuando ya nada de esto exista,
ni las letras, ni los hombres, ni la felicidad
estarán las cavernas llenas de animalitos
bajo gruesas capas de tierra
ocultando el precioso secreto de trascender.

Karina Valcárcel (Perú)

La muerte de los amantes

Tendremos lechos llenos de olores tenues,
Divanes profundos como tumbas,
Y extrañas flores sobre vasares,
Abiertas para nosotros bajo cielos más hermosos.
Aprovechando a porfía sus calores postreros,
Nuestros dos corazones serán dos grandes antorchas,
Que reflejarán sus dobles destellos
En nuestros dos espíritus, estos espejos gemelos.
Una tarde hecha de rosa y de azul rústico,
Cambiaremos nosotros un destello único,
Cual un largo sollozo preñado de adioses;
Y más tarde un Ángel, entreabriendo las puertas,
Acudirá para reanimar, fiel y jubiloso,
Los espejos empañados y las antorchas muertas.

Charles Pierre Baudelaire (Francia)

Esos días de madrugada

Esos días de madrugada, esos días...
eran los días en que más me ilusionaba
¡Tan rápido! Sin darme y dándome cuenta. Tan rápido...
pero ahora sólo pienso en nosotros,
en lo que está pasando...
Mi idea de las parejas ha cambiado.
Ya no miro el pasado...
Miro el presente...
Mi futuro...
De lo que haré por ti... por mí.

Sara Huamaní (Perú)

Los idiotas

Qué miseria tener que escribir todos los días de política.

Qué sarta de mentiras y de impostores.

Cuánta engañifa. Cuántos sapos tragados. Cuántas noches de iguana.

Qué débil la inteligencia, qué poderosa la teatralidad, qué chusco el disparate.

No entiendo por qué no se callan si no tienen nada que decir.

Un año de transcripciones del Congreso no vale una página de “Duque”, la novela en la que José Diez Canseco describe, con tintas cargadas, la clase social de la que tuvo que huir para ser y de la que renegó para no ser como ellos.

Diez años de discursos en el hemiciclo no valen un cuadro de Tilsa, un cuento de Ribeyro, una travesura alada de Eguren, un disco de Lola Odiaga dándole a su clavecín bien temperado.

Sólo el arte podrá salvar a este país en el que la vulgaridad se ha convertido en virtud.

El día en el que los periódicos le dediquen más páginas a la cultura que a la política, ese día será uno de liberación y refundación.

Porque estamos secuestrados por los idiotas.

Los idiotas que deciden de qué van los noticieros de la tele.

Los idiotas que trazan la ruta y la agenda de la política.

Los idiotas que creen que la prensa la deben de escribir los que no saben escribir y que las universidades las deben regir los oculistas.

Nunca han tenido más poder los idiotas. Sólo los forajidos compiten con los idiotas. Y no hay clase más dominante que la de los idiotas forajidos.

Mientras tanto, los investigadores de la ciencia no tienen dónde caerse muertos, la Biblioteca la dirige un adulón, el INC es una momia, los poetas no tienen editores, los nuevos novelistas deben pasar por “Sic” para sobrevivir y cualquier brillo ha sido desterrado de los periódicos.

Es más: todo brillo ha sido prohibido y la trinchera norte de los opacos ha tomado el poder. Esto es el Mayo-68 de la opacidad.

Todo cambiará el día en que encendamos la tele y escuchemos un conversatorio sobre Garcilaso y abramos un periódico y hallemos seis páginas dedicadas a César Moro y sintonicemos una radio para oír un debate en torno al Protocolo de Kyoto.

¿Qué eso aburre?

Pues pueblo que no se esfuerza ni se aburre un poco en el esfuerzo termina creyendo que Magaly Medina tiene importancia.

Es imprescindible aburrirse. Es del todo necesario ampliarnos, renacer, fatigarnos.

De lo contrario puedes aparecer, con cara de idiota, en alguna página de Sociales.

Desconfío de la gente que no se aburre.

Esa es la gente que optará por lo fácil.

Y lo fácil es ser idiota.

Un idiota feliz.

César Hildebrandt (Perú)

Los ríos -en invierno-

Me parece tan humano ese temor,
esa huella que en la piel nos deja intacta
una señal de estación cuando atardece
y unos fieles que regresan a sus casas
para nacer con el sol.

En el puerto de noche anclan las naves
donde fieles oscurecen los senderos,
un claro resplandor ahora separa
la paz inanimada de los sueños:
una sombra aparece de la nada,
se queda solitaria, allí existiendo.

Antes era ese mar quien nos habla
de un camino que llevaba más allá
de las puertas y ventanas del pueblo,
la ciudad que arrebata la mirada
para inventar el tiempo va extinguiendo
las cosas que uno ha visto caminar;
hoy sabemos también que el mundo habla
con el giro del sol amaneciendo.

Cuando el ojo dice formas que avasallan
el hombre se sumerge, sin ademán de palabras,
en el cuerpo que lo ha envuelto sin preludios
ni extensiones de secreto: el mismo hombre
repite varias veces, todas por la mañana,
el rito del silencio, el habla solitaria
a un más allá tangible que lo ha vuelto
el centro de sus miedos, la mirada,
el eje más incierto que lo asombra
y transforma en lo que calla, y va girando
hasta ceder al agua, ya secreto.

Así llega el pescado a la mañana,
la palabra a la mesa, el hombre habla
con el cansancio del cuerpo, la mañana
extensa sobre el río que es incierto
—como la vida misma cuando calla—
nos habla con su furia acostumbrada
el idioma del mar amaneciendo.

La ceniza hablará de otras mañanas
de cubrir con su sal el movimiento
de desplegar una sombra
sobre el rayo que es eterno,
el sonido de los puentes bajo el agua
y un andar por debajo hasta la muerte:
no habrá estacas para andar otra mañana.

La ciudad vacante enreda el miedo,
cómo borrar el mapa, establecerse
en medio de la nada; una escritura
sin tinta ni palabras, huella de agua,
la levedad y el rito que contienen
un círculo de sal en el silencio
y manchas en el alma.

Ya ninguna mañana que esperar
ni otro valle que habitar bajo las aguas.

La ceremonia errática del río
—rictus de tierra y penumbra—

un horizonte imposible & nuestras manos

sin tiempo para asirse
después de la mañana.

José Miguel Herbozo (Perú)